sábado, diciembre 10, 2005

Café El Despertar. Madrid


Teníamos que tocar en El Despertar: un local legendario en Madrid de música en directo. Quizá la fecha -un fin de semana de mega puente- no fuera la más apropiada pero, aunque la actuación estaba prevista para enero, nos llamó Juan, el barbudo propietario de este café añejo, para adelantarla y procuramos no negarnos a ninguna propuesta de actuación. Aunque algunas como esta, casi nos ocasionan más gastos que beneficios. Ya se sabe, los bares pagan poco, a veces incluso muy poco y aunque no estamos en esto de la música por dinero, el local de ensayo hay que pagarlo todos los meses por no hablar de otros gastos, que no es este el capítulo de las lamentaciones.
El caso es que decidimos tocar en El Despertar el fin de semana del puente más largo del año cobrando casi para cubrir gastos incluso después de que horas antes leyéramos en la Guía del Ocio que a los asistentes se les cobraría un suplemento de actuación por la copa. Sí, íbamos un poco quemaditos pero creo que todos los malos rollos se olvidaron en cuanto cruzamos la puerta de madera y entramos en el recoleto teatrillo donde se celebran las actuaciones.
La sala, con capacidad para menos de treinta personas, cubría sus paredes con fotografías de legendarios músicos del jazz madrileño que habían colado sus notas entre las mesas de mármol y hierro forjado. En el pequeño escenario difícilmente cabía la batería y el piano pero olía a música hasta en la última esquina y eso nos animó. También nos hizo mucha gracia el cartel que los del local habían impreso en el que el nombre de nuestro grupo figuraba seguido de "sextet" como si formase parte del mismo. Evidentemente somos seis pero nunca nos habíamos definido a nosotros mismos como sexteto y mucho menos quitándole la última vocal. Puestos quitar letras, se nos ocurrió quitar también las tres siguientes y quedarnos en Jazz Lemon Sex pero la idea no le pareció muy bien a nuestra cantante. No sé por qué.
Jugamos al Tetris con los instrumentos hasta que conseguimos acoplarnos en el espacio disponible, batallamos con el veterano equipo de sonido y marchamos a cenar antes de la hora de comienzo.
Las cenas previas a los conciertos ya se están convirtiendo en un clásico ineludible para el grupo y cuando tocamos en Lavapiés ya tenemos el destino elegido: una zapatilla de
Melos alimenta incluso a estómagos tan voraces como el de nuestro flautista y sus deliciosas croquetas logran inspirar los solos más audaces. Lo difícil es entrar y pedir pero si eso se logra ya está resuelta media noche. Terminamos acelerados, casi con el tiempo justo de comenzar la actuación pero cuando llegamos al Café aún permanecía casi vacío. Eso vació también nuestro animo pero en vez de amilanarnos decidimos tocar como en casa, relajados y a gusto.
Dos días y dos pases por día, o sea, un concierto dividido en cuatro. Se nos hacía raro. Sobre todo cuando llegó el momento del primer descanso. ¿Cómo íbamos a parar poco después de empezar, cuando empezábamos a calentar? Eso nos habían pedido, así que cumplimos. Un pequeño descanso y después otro fragmento mucho más animado que el primero con el que enganchamos al escaso público. No sólo a los amigos sino a dos chiquitas que estaban sentadas al fondo, a una pareja sentada en primera fila que no se levantaron de la mesa hasta que no dimos el batacazo final. Lo que no sabemos bien es qué hicieron los otros clientes desperdigados por el café y es que, un micrófono de ambiente y una cámara fija captaban todo lo sucedido en el mini escenario y lo repartían por todo el local de tal manera que pudiera vernos mucha más gente de la que nosotros veíamos.
Lo mejor de todo, al menos para el que esto escribe, es que al día siguiente tocábamos en el mismo lugar por lo que por una vez no tenía que desmontar la batería ni volver a montarla al día siguiente. No saben los lectores que no toquen la batería el alivio que eso supone.
Esa misma circunstancia permitió que el sábado pudiéramos llegar ya cenaditos y con el tiempo justo para tocar. Al menos eso pensábamos porque a la hora anunciada no había casi nadie sentado y esperamos más de media hora a que llegaran más clientes.
Como el día anterior se nos había hecho muy corta la actuación decidimos incluir dos temas más al repertorio y un broche final de lujo con la participación de La Voz de nuestra amiga, Yolanda Alonso -algo así como "El quinto Beatle" en versión Lemon- en el festivo All of me. Algo de confianza habíamos adquirido, también mayor conocimiento de la sala y por eso tocamos y sonamos mejor que el viernes. Metimos gambazas, como siempre, y alguna gorda pero es que aún seguimos aprendiendo y esperamos que por muchos años. Sin embargo todos los asistentes pasaron un buen rato que, en definitiva, es lo que pretendemos.